Los baños tradicionales japoneses están compuestos de inodoros
de estilo antiguo, oscuros y con una limpieza escrupulosa. Se encuentran
bastante apartados del edificio principal, comunicados por una galería y
situados a la sombra de arbustos. Escondidos en la penumbra, iluminado por la
luz delicada que traspasa la puerta corrediza de papel. Están rodeados por el
jardín. Las paredes son de madera. La limpieza más minuciosa, cierta oscuridad
y el silencio son condiciones indispensables. Es en los retretes donde la
arquitectura japonesa consiguió el grado de mayor requerimiento. El sitio de la
casa que debería ser el más impuro, lo convierten en el más exquisito, ligado a
la belleza de la naturaleza. Al estar alejado del área principal de la casa
resulta incómodo llegar a él en plena noche, y además en invierno se corre el
riesgo de resfriase. Probablemente todos los amantes de arquitectura do los
pabellones del té consideran que el retrete tradicional japonés constituye un
modelo ideal. Cuando el suelo es de madera o está recubierto de tatami es
preciso estar muy atento, pues por muy rigurosa que sea la limpieza, la
suciedad acabará por saltar a la vista. Si optamos por recubrir de azulejo e
instalamos un inodoro con cisterna, el resultado será más higiénico y práctico,
pero se deshace por completo de toda idea de refinamiento y comunicación con la
naturaleza. Un baño de ese estilo se iluminaría de repente, con las cuatro
paredes en blanco purísimo. La limpieza de lo que se puede ver ya nos sugiere
la de lo que permanece oculto. Es preferible dejar que la penumbra envuelva el
lugar y que la distinción entre lo limpio y lo que no lo está se diluya
ambiguamente.
En “Casa propia” de Kenzo Tange podemos observar que el
inodoro no se encuentra alejado del edificio en sí, pero la puerta de este no
abre hacia el interior de la vivienda, abre hacia el exterior, hacia el jardín,
conservando así la tradición japonesa. La puerta es corredera y de papel y el
suelo es de madera, factores que también continúan con la tradición.
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